miércoles, 15 de junio de 2011

Isotta Nogarola: matrimonio o reclusión

En 1430, Isota Nogarola estudiaba latín junto a su hermana mayor Ginevra en el seno de una familia culta de Verona. Su pasión por el estudio la llevó a recibir numerosos elogios del más exquisito círculo de humanistas del Norte de Italia y a escribir una de las obras más destacadas del humanismo femenino; sin embargo, su incursión en un mundo reservado a los hombres acarreó sobre ella una acusación de promiscuidad e incesto que calificaba de antinatural tanto su sexualidad como su erudición...

Si quieres leer el artículo completo puedes hacerlo en: www.inventiomag.com, en la sección de Historia- Curiosidades

viernes, 27 de mayo de 2011

Allí, de donde yo vengo

He vivido los últimos 15 años en México, en el Distrito Federal, un lugar donde la violencia, la inseguridad, la pobreza, la desigualdad social, el secuestro expres o la impunidad de la policía y el narcotráfico son asuntos del día a día que hay que llevar con resignación, tristeza y desencanto. “Aquí la gente no se queja”, pensé en un primer momento, cuando llegué a vivir a aquella inmensa ciudad. “Allí, de donde yo vengo, la gente protesta enseguida cuando algo va mal”, decía orgullosa. Claro, allí, de donde yo venía, a la gente no la apaleaban o “desaparecían” por abrir la boca.
      Llevaba mucho tiempo alargando el deseo de volver a mi ciudad natal, Barcelona, hasta que un día me di cuenta de que si dejaba pasar más tiempo, terminaría por no volver. Así, que lo hice. Dejé todo lo que tenía en aquellas tierras y me vine con dos maletas dispuesta a volver a integrarme a la que consideraba una ciudad ejemplar en cuestiones de urbanismo, ética, conciencia social, que además fomentaba la cultura y contaba con un gobierno no corrupto que representaba a sus ciudadanos.
      Por supuesto, era un sueño y el panorama que encontré fue muy distinto al que yo recordaba: no había trabajo, ni demasiada indignación por ello, conciencia social, la justa, las personas parecían vivir en un idílico mundo de consumo y distracciones, el fútbol y las discusiones de dos grandes partidos políticos abarcaban gran parte de los medios de comunicación, y en la calle, todo en orden.
      Un gran escaparate ordenado y silencioso se ofrecía a los turistas y a los habitantes de la ciudad y a primera vista parecía una ciudad tranquila, ordenada, multicultural. Asuntos como la corrupción política o el paro indignaban un poco, pero ahí quedaba la cosa, quizás alguna burla inocua en algún programa de televisión, algún correo electrónico con quejas y propuestas…., y una no podía creer, al caminar bajo ese orden aparente que la crisis fuera cierta. A menos que buscara trabajo. Ahí, algo fallaba. Pero cinco millones de casos aislados buscando integrarnos al mercado laboral éramos sólo estadísticas y “casos particulares”, cada uno, con sus propios problemas.
      Y de pronto, llegaron ellos. Y dijeron: “no a lo que tenemos, “sí, a un mundo mejor”. Y salieron a la calle. Entonces me di cuenta de que no era la ciudad la que dormía, era yo, y conmigo, muchos más. Desde las plazas, grupos de gente indignada de verdad pedían solidaridad y cambios. Cambios fuertes y profundos que requieren ser bien pensados y que llevan su tiempo. Cambios que no pueden llevarse a cabo en una semana y que requieren de la solidaridad de todos, porque son para todos. Sentí simpatía y solidaridad inmediata hacia ellos. Y pensé con cierto orgullo: “aquí la gente sí puede protestar y oponerse a las cosas sin temor a ser apaleada”.
      Pero eso, tampoco era cierto. Las imágenes del 27 de mayo me dejaron helada. Tras vivir en México tanto tiempo, la policía aquí me parecía el organismo más amable del mundo. Estaba convencida de que pasaban por rigurosos exámenes que impedían que se contratara a gente que mostrara personalidades violentas y que el diálogo era la vía principal de los gobiernos. Al parecer, otro mito creado en mi mente, sacado de quién sabe qué sueño utópico.
      Hoy, el “allí, de donde yo vengo”, que con tanta nostalgia repetía a veces en mi mente soñadora, no lo puedo decir con orgullo. Aunque quizás sí puedo decir con esperanza: “allí, de donde yo vengo”, un grupo de personas se están levantando por todos nosotros. Y lo único que piden es que les dejemos hacer y, si es posible, un poco de apoyo.

miércoles, 6 de abril de 2011

Magia, ritos y símbolos en el Paleolítico Superior

El Paleolítico superior es una época donde surgen una gran cantidad de novedades que conforman una sociedad mucho más compleja y diversificada que las preexistentes: sus integrantes establecen formas más complicadas de relacionarse entre ellos, aparece la división del trabajo, se establecen redes de comunicación con otros grupos, se elaboran herramientas utilizando técnicas muy perfeccionadas y elaboradas y surge un arte que culmina en el magdaleniense en una perfección de las formas y los acabados; un arte cuyo significado aún no está claro y que ha sido motivo de numerosas interpretaciones. Pero la complejidad del mundo del ser humano moderno no se detiene aquí: aparecen también, sino religiones ya conformadas, creencias que, en un intento por explicar el mundo, darán origen al mito, a la magia y a los ritos que, poco a poco, se irán organizando y formando tradiciones que pretenderán un ordenamiento del mundo incompresible, de todas aquellas cosas que escapan al entendimiento humano.

Puedes leer el artículo completo en www.inventiomag.com, número 0, en la sección de Historia Antigua y Prehistoria.
 

viernes, 25 de marzo de 2011

El remiendo del cielo

Durante cientos de años habíamos creído en la palabra de los científicos. Después del vacío que provocó la muerte de todos los mitos y las religiones en una gran cantidad de seres que habían basado su existencia en la creencia y en la fe, vino, por supuesto, un periodo de crisis. Pero enseguida la ciencia se hizo cargo de todo y, poco a poco, se demostró que, en efecto, en algún momento hubo un dios, pero que hacía millones de años que ese dios, esos dioses, más bien criaturas extrañas que habitaron el universo quién sabe hace cuánto tiempo (nadie llegó a entender esas unidades de medida tan complicadas que los científicos utilizaron para dar la noticia), como los dinosaurios, se extinguieron también, aunque sin dejar huellas tan claras de su paso.
      Pero lo habían demostrado. Largas ecuaciones para explicar el origen del primer mito demostraban que el ser humano no sólo no contaba con el perdón de un dios inmortal y protector, sino que además era el único ser que poseía plena conciencia de sí mismo y de su existencia en todo el universo conocido.
      Al principio hubo caos. La noticia causó conmociones e incluso revueltas, hasta que libros más ligeros, diseñados para que un niño de cinco años pudiera comprenderlos, explicaron a las masas el proceso, los argumentos y las conclusiones. En efecto, ya no había Dios. El ser humano debía redescubrirse, solo consigo mismo debía inventar un destino, un sentido, y hacerse cargo de sí.
      Y con el paso de los siglos, las religiones y los mitos murieron y el ser humano aprendió que era él, solo, el responsable de su vida y de sus actos. La Teoría del Polvo Cósmico adquirió popularidad, y aunque la religión había sido completamente olvidada la frase “del polvo vienes y polvo serás” adquirió un nuevo sentido: el Polvo Cósmico, eso éramos, millones de partículas integradas momentáneamente en forma de seres humanos, que al desintegrarse, volverían a convertirse en polvo cósmico, polvo espacial, interestelar.
      Al parecer, esta idea generó nuevas esperanzas, ya no había un paraíso por el cual sufrir, ahora se podía ser feliz aquí en la tierra, la humanidad había adquirido ese derecho, y luego: polvo cósmico viajando por todas las galaxias, por todos los universos.
      Y todo estuvo mejor. El sol girando alrededor de La Galaxia, los planetas alrededor del sol, las estrellas titilando y viajando por el universo, y La Galaxia moviéndose también por espacios desconocidos, y en aquella inmensidad una nueva humanidad, un poco más serena que las que habían existido en el pasado, aprendió a vivir sin remordimientos en un universo en donde a pesar del caos aparente todo era orden.
      La Teoría del Orden Galáctico tuvo tal éxito que la humanidad acabó ordenándose a sí misma. Se olvidaron las guerras, los fanatismos... la ciencia era el progreso, la armonía y la paz. Todos querían descubrir, inventar, crear, pensar en el Polvo Cósmico viajando entre estrellas y universos...
Por fin el ser humano había olvidado el caos y ahora lo unificaba todo en un orden perfecto y armónico: la Paz Cósmica. Y durante cientos de años todos creímos en la palabra de los científicos.
      Hasta aquella noche.
      “Un eclipse singular”, habían anunciado. Pocos habitantes del planeta se lo perderían. Los fenómenos como el movimiento de los planetas, el crecimiento de las plantas y las leyes físicas y químicas que regulaban el orden de las cosas eran admirados por todos y todos querían verlos. Así que esa noche al menos tres cuartas partes del planeta habían salido a contemplar aquel “eclipse singular”. “¿Qué es eso?”, se preguntaban, “¿un eclipse singular?”.
      Entonces sucedió, ante la mirada atónita de millones de personas: el cielo se resquebrajó. Primero una pequeña lucecita blanca en la noche oscura, que poco a poco creció hasta convertirse en una gran grieta, una raspadura de luz blanca en la noche. Y enseguida, sombras. Muchas sombras en la franja de luz que parecían intentar tirar de un lado de la grieta para unirlo con el otro. Lo lograron. La grieta se cerró y la noche volvió a ser oscura. 
      “¿Eso era un eclipse singular?”, preguntaron algunos. Muchos se sintieron inquietos, ninguno de los miles de libros de divulgación científica, comprensibles hasta para un niño de cinco años, explicaba algún fenómeno similar al que había sucedido la noche anterior. Pero la inquietud no se quedó en eso.
      Al día siguiente, cuando las personas salieron a la calle en busca de los periódicos científicos intentando encontrar una respuesta, miraron, como era ya una costumbre hacer, el cielo, y lo que vieron allí los dejó mudos de asombro. En el cielo azul, claro, despejado de nubes, se podía observar, allí donde la noche anterior parecía haberse resquebrajado, un remiendo. Una larga grieta remendada.
      La tensión aumentó. Los periódicos científicos no daban ningún tipo de información. Nadie sabía qué sucedía. “¿La ciencia no tenía una respuesta?”, “¿podíamos seguir confiando en la Teoría del Polvo Cósmico?”, “¿era cierto el estricto orden del universo?”.
      Y entonces se supo. Gracias al periodista científico más reconocido en todas aquellas cuestiones de encontrar trampas e informaciones falsas, una ladilla para el cuerpo científico que quisiera mantener un secreto y un héroe para las masas deseosas de conocer todo lo que sucedía. Lo dijo suavemente, cabizbajo, casi sin querer creerlo él mismo..., todo era mentira. Todo. El sol, los planetas, las galaxias, la redondez de la tierra, los viajes espaciales... 
      “Se ha vuelto loco, claro”, dijeron muchos, pero eso sólo había sido la primera grieta, la primera resquebrajadura, como aquella que se veía imponente y remendada en medio del gran cielo azul. La información ya se había filtrado y no pasaron muchos años hasta que se supo: el periodista loco tenía razón. Todo era mentira, y al final la verdad no era otra que aquellos rumores que circularon en aquel periodo oscuro y lejano de la humanidad, en el que alguien dijo que la tierra estaba rodeada de un gran manto oscuro por la noche e iluminado de día, y que las estrellas no eran más que hoyos en ese manto, y, ¿tras él?, quizás algo nos observaba.
      La humanidad se quedó helada. Todo el esfuerzo de los científicos por inventar un universo armónico y pacífico cayó por los suelos. Pero nadie se enfadó con ellos. Al fin y al cabo sólo buscaban que nos sintiésemos mejor.
      Y, ¿ahora? Ahora ya nada es lo mismo. Todos esperamos. Esperamos y miramos el cielo, y cada día despertamos deseando que todo haya sido un sueño y que la verdad que inventaron los científicos siga siendo la de siempre, y vivir en un planeta que gira alrededor del sol y de una galaxia, y convertirnos al final en ese infinito polvo cósmico y surcar los espacios..., pero entonces miramos el cielo y la vemos ahí, la grieta remendada, y recordamos que ya no sabemos nada y, como los antiguos galos, tememos que el cielo caiga sobre nuestras cabezas.
      No somos ingratos. Agradecemos a los científicos todos estos siglos de paz.
      Porque ahora tememos...



Cuento publicado en la revista Cuiria, núm 16, 2006, y traducido en la antología Petits pecats, somnis i fum, Associació d'escriptors Tirant lo Blanc de Catalunya, 2009.

Nexo Joe

Soy un nexo. El último creo; algo así como el último samurái pero sin espada o lo que sea que utilicen los samuráis. No sé demasiado sobre eso. Ni siquiera hay metal en mi cuerpo. No llevo armas. Yo soy un arma. O lo era en un principio, ésa era mi función.
     Pero mi nombre no es nexo. Es Joe. Lo de nexo lo copiaron de algún libro antiguo, hasta una película hicieron, de aquellas que ya tenían color pero que se veían desde afuera de la pantalla. Sin que nadie se implicara, físicamente quiero decir. Bueno, eso era cuando había películas, ahora ya no queda nada de todo aquello. Ahora ya no queda nada de nada más que yo, Joe, el ¿último? nexo.
     Y si eso cuenta, también queda lo que busco. Personas. He visto algunos mamíferos, ¿no iban a sobrevivir sólo las cucarachas?...


Puedes leer el cuento completo en http://www.alfaeridiani.info/ , número 14, tercera época, página 7. Puedes acceder directamente desde: http://dreamers.com/alfaeridiani/wp-content/uploads/2011/11/alfaeridiani0034.pdf

viernes, 11 de marzo de 2011

En busca de lo sublime

En 2007 se estrenó la película “Into the wild” (“Hacia rutas salvajes”) dirigida por Sean Penn, candidata al Óscar por mejor actor de reparto y mejor montaje. Basada en un hecho real, la película narra la historia de un joven que tras terminar sus estudios decide abandonar el mundo que hasta ese momento ha conocido y convertirse en un caminante. Su viaje lo lleva a  internarse en completa soledad en lo más profundo de la naturaleza.
     El personaje, Christopher McCandless, recibió duras críticas: fue descrito como un joven inexperto, desapegado, egoísta e incluso estúpido. Sin embargo,  hay algo mucho más profundo en su actitud: la búsqueda de una vida alternativa a la que nos ofrece esta sociedad que, aunque nos cueste reconocerlo, nos desequilibra a todos.
     La película plantea aspectos que van más allá de la inconsciencia de un chico aventurero, y uno de ellos es la búsqueda desesperada por recobrar esa conciencia perdida que se desvanece entre prisas, televisión y horas de oficina, y nos va convirtiendo en seres homogéneos, incapaces de encontrar el sentido a nuestros actos; la búsqueda, también, de la libertad absoluta de un hombre solo ante la naturaleza salvaje, sin contar con nada más que sí mismo.
     La búsqueda de la libertad, el desapego, la necesidad de absoluta soledad son temas de los que surgen preguntas capaces de remover un poco la adormecida estabilidad en la que vivimos, preguntas que nos obligan a plantearnos cuestiones fundamentales sobre la naturaleza humana.
 

Somos gregarios
Desde siempre, hemos vivido en grupos. Incluso nuestros más cercanos parientes, los chimpancés, mucho mejor equipados que nosotros para sobrevivir en la naturaleza viven reunidos. Pero hoy las cosas han cambiado: el clan ha desaparecido y, con él, el sentido de pertenencia a un grupo. Edgar Morín plantea que las relaciones entre los miembros del grupo han llegado a un nivel de complejidad que genera cada vez más ansiedad y estrés. Antes se convivía sólo con el clan, mientras que ahora vemos a cientos de desconocidos todos los días y códigos sociales cada vez más complejos guían nuestra conducta. Quizás sea ésta una de las causas de la necesidad de algunas personas de aislarse de una sociedad formada por multitudes con las que ya no nos identificamos. Una respuesta natural al enorme estrés que la multiplicación de códigos sociales conlleva, pero, a la vez extraña a nuestra naturaleza.
     Dice Fitje que nuestra libertad nos lleva a transformar el mundo, a institucionalizarlo y cuando nos encontramos ante el resultado de nuestra acción dejamos de identificarnos con él, lo que provoca un “desgarramiento”: no nos reflejamos en la sociedad creada, así, debemos crear y transformar indefinidamente para que nuestra libertad sea posible eternamente y lo creado no nos oprima. Debemos ir más allá de las convenciones y las instituciones y seguir creando y transformando. Chris sintió ese desgarramiento. No se identificaba con la sociedad que veía ante él y tomó medidas radicales: para encontrar la libertad absoluta se alejó de todo lazo afectivo, de toda convención, de cualquier sentido utilitario y de las instituciones, en las que se desconoce y no se encuentra a sí mismo. Chris sintió un vacío. No se identificaba con aquello que la sociedad ofrecía y se lanzó a buscar.
Buscó en los caminos, en las ciudades, en el desapego, en la ausencia de posesión y, finalmente, bajo la influencia de Rousseau, decidió internarse en los bosques, convencido de que la absoluta soledad en medio de la naturaleza salvaje daría un sentido a su vida. 

     El problema no está en la búsqueda de Chris, que simplemente decidió tomar otro camino, el problema se encuentra quizás en la incapacidad de nuestra especie de construir una sociedad capaz de ajustarse a necesidades más profundas del ser humano, necesidades que sobrepasan el ámbito material y cuya ausencia nos vacía y adormece.
     Una cuestión fundamental que nos hace plantearnos la película es ésta: ¿seremos capaces de inventar una sociedad en la que los seres humanos puedan sentirse libres y plenos? Una sociedad en la que el individuo se identifique y no se sienta perdido entre multitudes de desconocidos con los que no empatizamos. Necesitamos llenarnos de alguna manera y en general somos insaciables. Sin embargo, Chris tenía claro que el éxito, el dinero y el poder no eran el camino. 


La búsqueda de lo sublime
Chris creyó encontrar en la naturaleza la esencia de las cosas. Como aquellos espíritus melancólicos que vivieron el siglo XIX, sintió que la razón, la técnica, la ciencia, la sociedad vacía de sentido lo devoraban y se lanzó a la búsqueda de “algo” que lo conectara otra vez con el estado originario.
     Para los románticos, las pasiones desmedidas, anteriores a la conciencia y a la razón, eran capaces de conectarnos, a través de un momento sublime, con la “Naturaleza”, de devolvernos la unidad perdida con la realidad que nos rodea.
    Artistas como Friedrich o Turner expresaron ese estado de melancolía por la naturaleza perdida, por la inmensidad sin límites de la que la razón nos ha alejado. Para los románticos la longevidad era sacrificable. Importaba lo sublime, el momento de unión mística con el todo. Y para ellos, esto se lograba a través de la pasión desmedida, de ese estado interior donde todo es vida orgánica en acción y la conciencia y la razón no intervienen.
     Las pasiones son la expresión de la fuerza creativa de la naturaleza. Sus fuerzas, que regeneran y crean vida se encuentran en nosotros y se expresan a través de las pasiones corpóreas. El romántico busca el momento sublime donde nos unimos con la naturaleza y todo se desborda. Nos salimos de nosotros mismos y nos fundimos con todo. Lo sublime para los románticos no es belleza: es misterio, desbordamiento, una fuerza terrible que nos permite ver nuestra infinita pequeñez y salir durante un breve momento de ella. El romántico es un aventurero que busca vivir sublimemente, que busca ese instante de unión, salirse de su propia conciencia.
     Muchos románticos murieron antes de cumplir los treinta años. P.B. Shelley y Lord Byron salían a navegar cuando la tormenta se encontraba en su máximo apogeo. La noche, las olas, el barco insignificante en la oscuridad balanceándose entre las descargas de los rayos, la lluvia torrencial, y ellos, en medio de ese instante terrible. Eso era lo sublime. Shelley murió ahogado cuando navegaba a su hogar en medio de una tormenta. ¿Fue estúpido? Eligió. Igual que Chris MacCandless.
     Chris era consciente de lo que hacía. Había leído a Rousseau y le había impactado ese retorno a lo salvaje que los románticos llevarían a su máximo apogeo. Admiraba a Thoreau, ferviente amante de la naturaleza. Chris quiso plasmar una obra de arte en su propio estilo de vida. Buscaba una vida sublime. Y según Kant, lo sublime supera toda medida: una gran altura, una gran profundidad, la desmesura de la naturaleza, aquello que supera las categorías del entendimiento y resulta violento para la imaginación excediendo sus posibilidades. Lo sublime expresa la idea de magnitudes incomparables, la intuición de lo más grande, el efecto de la inmensidad de la obra que nos desborda, la sensación transmitida de que el hombre es de una pequeñez insignificante.
     Algunos, lo buscaron en el arte: Gauguin y su admiración por lo primigenio y las culturas ancestrales que aún no habían perdido del todo ese contacto con la naturaleza circundante, Van Gogh y la furiosa expresión de sus estados de ánimo más profundos, el expresionismo abstracto, a través del cual Kandinsky o Klee buscaban “el alma secreta de las cosas”, Munch y su conciencia desgarrada de un mundo en el que no se encuentra, Remedios Varo a través de los sueños y la alquimia, Pollock, buscando la expresión absoluta del inconsciente. 

     Otros como Chris, o incluso como los beats en los años 50 y los hippies en los 60, en un estilo de vida que rompe con los valores tradicionales.
     Chris buscó algo que la sociedad no le ofrecía, la identificación con el mundo que lo rodeaba, lo sublime en la naturaleza y en la terrible y a la vez bella sensación de la libertad absoluta. Pero lo sublime no es bonito y puede desenmascarar el sinsentido de una existencia vacía. La película muestra a una sociedad que no funciona para muchos y nos lleva a plantearnos qué falla en el mundo que hemos construido, en nuestras instituciones y rutinas que provoca en personas como Chris la necesidad de huir, de buscar en otro lado.
     La historia de Chris, no muestra el caso aislado de un chico caprichoso y egoísta. Expresa necesidades profundas que laten en el ser humano y que no puede desarrollar en las sociedades que hemos construido.  La necesidad del hombre de sentir que pertenece al mundo en el que vive, de identificarse con un mundo, que paradójicamente él mismo ha construido y cuyo sentido se escapa. 

     La necesidad de encontrar ese sentido y de, aunque sea por un pequeño momento, fundirse con la realidad que lo rodea.
     La necesidad de recordar lo sublime.

Bibliografía
Charles, Victoria; Manca, Joseph; McShane, Megan; Wigal, Donald, 1000 pinturas de los grandes maestros, México, Numen, 2007.
Jiménez, José, Teoría del arte, Alianza Editorial.
Krakauer, John, Hacia rutas salvajes, Barcelona, Ediciones B, 2008.
Morín, Edgar, El paradigma perdido, Barcelona, Editorial Kairós, 2000.
Oliveras, Elena, Estética. La cuestión del arte, Ariel.
Ruhrberg, Scheneckenburger, Fricke, Honnef, Arte del siglo XX, Vol I., Barcelona, Taschen, 2005.
Películas
Sean Penn, Camino Salvaje, 2008.
Internet
Bonfil, Carlos, Camino salvaje, domingo 20 abril, 2008.
www.jornada.unam.mx/2008/04/20/index.php?section=opinion&article=a09a1esp
González, Marco, Camino salvaje, abril 16, 2008.
 www.profilmico.com/hollywood0062.html

lunes, 7 de marzo de 2011

La violencia

¿Es la violencia en nuestra especie una característica biológica?, ¿es similar a la de otras especies en el mundo animal o tenemos la capacidad de atenuarla o acentuarla al tener consciencia de ella?
 
Parece ser que la violencia en los humanos, a pesar de su componente biológico incorpora otros factores relacionados al desarrollo del cerebro capaces, por un lado, de atenuarla mediante un control de nuestras emociones y nuestra mente a través de técnicas como la meditación, el yoga o el ejercicio, o por otro, magnificarla si nos dejamos llevar por deseos inmediatos y buscamos nuestro propio bienestar sin sentirnos identificados con el resto de la especie.

Claro, es mucho más complicado, ya que la experiencia indiviudual, la predisposición genética y el entorno pueden convertirnos en personas más o menos altruistas o egoistas, más pacíficas o más violentas, y a esto se añade que nuestro complejo cerebro puede no funcionar a la perfección y existen casos en que la empatía simplemente no “funciona”.

Entonces, ¿difiere mucho la violencia humana de la que encontramos en el resto del mundo animal?

Según Arsuaga en el reino animal existen una serie de reglas y mecanismos que evitan las luchas a muerte y la jerarquía queda generalmente establecida a través de exhibiciones de lucha y muestras de fuerza que terminan en la sumisión de uno de los contrincantes sin haber llegado a una lucha violenta; aunque a pesar de la existencia de esta norma, sostiene que no es raro que entre las luchas que suceden en el mundo animal un combatiente sufra graves daños e incluso la muerte. Además, explica que grupos de mamíferos como los chimpancés, a veces se enfrentan sin ninguna clase de restricción con otros grupos de la misma especie, y se conocen casos donde una comunidad entera de machos ha sido aniquilada por otro grupo de su misma especie.

Arsuaga expone la teoría de Komrad Lorenz que sostiene que la violencia humana puede ser explicada biológicamente por lo que para él sería imposible erradicarla totalmente a través de la educación. Pero este autor también sostiene que la tecnología es uno de los factores responsables de la pérdida de eficacia de los mecanismo biológicos inhibidores de la agresividad humana.

Respecto a este punto Morris argumenta también que la finalidad de la agresión dentro de la misma especie es el sometimiento, no la muerte del enemigo, pero en el caso del ser humano aparece la posibilidad del ataque a distancia: las señales como el sometimiento de los vencidos ya no se perciben por lo que la agresión continúa hasta arrasar con todo.

Para Morris, las matanzas en masa comunes en los seres humanos son inauditas en otras especies. Por otra parte explica que la cohesión de grupo y la asistencia mutua que la caza requirió a sus participantes durante miles de años se acabó transformando en lealtad en la lucha que es lo que en la actualidad da cohesión a los ejércitos que atacan más por apoyar al camarada que por vencer al enemigo.

En la película “Halcon rojo”, un veterano explica a un novato que pregunta por el significado de esa guerra absurda que la guerra no tiene sentido, nadie la entiende, ni siquiera les importa si hay una causa. La única motivación es estar al lado del compañero. Saber que quizás en algún momento dependerá de él que sus amigos salven la vida. Y se debe estar ahí con ellos, porque ellos han de estar allí.

Otra teoría mencionada por Arsuaga es la de Adolf H. Schultz que plantea que los grandes avances en la medicina han logrado disminuir considerablemente la tasa de mortalidad entre los seres humanos, lo que ha llevado a una enorme multiplicación de la especie a una velocidad sin precedentes. Este autor plantea que por otra parte, nuestra agresividad, propia de simios, no se ha podido ajustar evolutivamente por falta de tiempo. Morris propone el crecimiento de la población como otro incentivo para la guerra: las poblaciones crecen y necesitan recurrir a la conquista para conseguir recursos.

Morris define algunos factores que empujan a nuestra especie a la violencia: el desarrollo de territorios humanos fijos, el crecimiento hacia supertribus que ocasiona una pérdida de personalidad social, la existencia de armas a distancia, el alejamiento de los dirigentes de las líneas de combate, la creación de una clase especializada cuya profesión es matar, la existencia de desigualdades tecnológicas entre los grupos, rivalidades por el status entre los dirigentes, el aumento de una frustrada agresión de status entre los grupos, la explotación del impulso cooperativo a ayudar a los amigos víctimas de un ataque. Y a todo esto se añade la existencia de ideologías que se utilizan para justificar el conflicto.

Si estos son los factores que impulsan a las grandes violencias humanas, entonces el componente biológico no parece ser tan importante, ya que la violencia respondería más a represión dentro de sociedades enormes donde el individuo ya no se siente parte de un grupo, armas que impiden las inhibiciones biológicas, frustración, ideologías…

Quizás en el ser humano, como en el resto de las especies exista un componente agresivo destinado a la defensa y a la supervivencia de la especie, pero quizás también desde el momento en el que el hombre se estableció en un territorio fijo que tenía que defender, desde que los recursos empezaron a disminuir y la población aumentó, esta violencia natural se agravaría y continuaría extendiéndose a medida que las sociedades crecían, establecían fronteras y acumulaban riquezas.

Según Arsuaga llegó un momento en el que el mundo dejó de ser peligroso para el hombre: disponía de fuego, de espacio, de abrigos, de un cerebro complejo, de lenguaje y de sofisticadas herramientas que le permitían vivir relativamente seguro. El hombre se había liberado en cierta medida de los grandes peligros  que suponía la naturaleza. Los depredadores eran, ahora cazados. Y durante ese periodo el hombre se multiplicó. Las poblaciones crecieron y el momento de seguridad se fue.

Ahora, las amenazas ya no provenía de las fieras, ni de los cambios de clima. Ahora la amenaza eran los otros.

Bibliografía
- Arsuaga, Juan Luis, Martínez Ignacio, La especie elegida, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 2004.
- Arsuaga, Juan Luis, El collar del neandertal, España, Temas de hoy, 1999.
- Morris, Desmond, El mono desnudo, México, Editorial Plaza y Janés, 1995.
- Morris, Desmond, El zoo humano, México, Editorial Plaza y Janes, 1995.


viernes, 4 de marzo de 2011

El lenguaje


Las palabras nos explican el mundo. Nos comunicamos principalmente a través del lenguaje hablado, y éste a su vez, configura nuestro pensamiento. El lenguaje nos permite generar ideas, teorías, métodos lógicos. Nos permite abstraer.

Muchos autores afirman que gracias al lenguaje se hizo posible la aparición de un pensamiento conceptual. Pero la consolidación del lenguaje tal como lo poseemos hoy requirió de un proceso lento y largo, y hasta el momento, sus orígenes, como los de la música, continúan siendo un misterio.  

La capacidad para un lenguaje como el nuestro requiere de una serie de adaptaciones físicas que permitan la articulación de una gran cantidad de sonidos. En el ser humano moderno -nuestra especie- la disposición de la laringe cambió y también se dieron algunas modificaciones para lograr el enlace de los músculos de la lengua. Según Turner, estos cambios acompañados de un desarrollo del cerebro fueron los que permitieron el surgimiento de un lenguaje como el que poseemos.

La cuestión de los orígenes del lenguaje es complicada. Ha sido tratada por psicólogos, lingüistas, antropólogos y otros expertos de nuestros tiempos, pero ya en épocas lejanas los hombres habían intentado explicarse de dónde surgió este complejo mecanismo.

Antiguos relatos míticos cuentan cómo el lenguaje fue regalado o enseñado al hombre por un ser divino e incluso en la ciencia-ficción se ha propuesto una versión similar a la de estos mitos antiguos pero aquí es un ser de otra galaxia el que llega desde confines lejanos para otorgar al hombre el precioso don de la palabra. 

El nacimiento del lenguaje
En su libro “Antropología filosófica”, Ernst Cassirer expone algunos de los planteamientos que existen acerca de este tema, entre ellos el que sostiene que en sus principios el lenguaje humano podría reducirse a un instinto fundamental implantado por la naturaleza a todos los seres vivos: muchas especies cuentan con la capacidad de emitir gritos violentos, de rabia, de terror, dolor o alegría.

Así, quizás en un principio las expresiones humanas no fueran más que gritos emotivos, y plantea Cassirer que quizás incluso frases musicales: una combinación de sonidos entonados con cierta melodía pueden ser empleados, por ejemplo, en un canto de triunfo contra un enemigo vencido. Esto puedo ser cambiado por un nombre propio utilizado para describir ese acontecimiento particular y el proceso continua aplicándose en diferentes situaciones, creándose nuevas exclamaciones que ahora incorporan una nueva función; ya no son meras expresiones, sino que se usan como símbolos.

Así, sucedió la primera gran transformación: las expresiones se convirtieron en nombres. Cassirer cita a Jespersen cuando dice: “el lenguaje surgió cuando la comunicación prevaleció sobre la exclamación”.

Plantea que para algunos autores esta transición del grito al habla supuso un proceso de objetivación gradual y explica que durante el siglo XIX se extendió la opinión de que el lenguaje humano tuvo que pasar por una etapa en la que no existía una sintaxis ni una morfología definidas, donde sólo se componía de elementos simples, de raíces monosilábicas.

Pero a Cassirer le parece muy dudoso y contradictorio que haya existido un lenguaje sin forma y expone el ejemplo de lenguajes de pueblos menos civilizados que no sólo no carecen de forma, sino que además casi siempre se basan en una estructura muy complicada. Explica que A. Meillet, un lingüista con un amplio conocimiento de las lenguas del mundo afirma que ningún idioma conocido nos puede dar la más mínima idea de lo que pudo ser el lenguaje primitivo.

Pero quizás lo que sí podemos observar en la comparación de las lenguas es el paso de términos concretos a otros cada vez más abstractos, como sucede en el caso del arte prehistórico, donde las pinturas son en un principio representaciones fieles de un animal concreto, y más tarde empieza a delinearse un pedazo de la figura, como la línea del lomo y la cabeza para representar a todo el animal.

Con el tiempo el arte pasa de representar a un individuo de la especie con características propias, a un individuo que puede representar a cualquiera de la especie. Aparece la abstracción.

Como ejemplo de este paso de lo concreto a lo abstracto  Cassirer  habla de diversos lenguajes de tribus aborígenes americanas, en los que se utiliza una gran abundancia de términos para describir una acción particular como pasear o golpear: un golpe dado con un puño no se describe con el mismo término que el que se utiliza para describir el golpe que se da con la palma de la mano, y el golpe con un arma requiere de un nombre diferente al del golpe con un látigo o con un palo.
Otro ejemplo es el que proporciona la lengua bakairi de una tribu del centro de Brasil, en la que cada especie de palmera y de papagayo poseen su propio nombre, sin que exista uno que exprese el género papagayo o palmera. Cassirer explica que los bakairi se apegan tanto a las numerosas nociones particulares que no les interesan las características comunes.

Así, plantea que en la civilización primitiva domina el interés por los aspectos particulares. Lo universal no le es necesario. Es más importante distinguir los objetos por ciertas características visibles o palpables. Expone también el caso de algunos idiomas donde una cosa redonda no puede ser tratada de la misma manera que una cuadrada u oblonga porque pertenecen a géneros diferentes que se distinguen utilizando medios lingüísticos especiales como prefijos.

En algunas lenguas de la familia bantú existen al menos 20 especies de nombres genéricos y en algunas tribus aborígenes americanas como la de los algonquinos algunos objetos pertenecen al género animal y otros al género inanimado. En otros lenguajes hay una gran cantidad de nombres para los colores y cada forma concreta de un color dado posee su nombre especial, por ejemplo, una palabra para gris se puede usar al hablar de lana, otra para los caballos, otra para el ganado y otra para el cabello de los hombres. Faltan nuestros términos generales de azul, verde, rojo…

O el caso de los aborígenes australianos que tienen una palabra para describir a un canguro sentado completamente diferente a la que designa al canguro saltando, o al canguro macho o a la hembra, sin que exista el concepto general de canguro.

Así, Cassirer explica que la extensión a conceptos y categorías universales parece darse lentamente en el desarrollo del lenguaje humano. Para él, cada nuevo avance en este sentido lleva a una visión más amplia, a una organización y orientación mejores de nuestro mundo perceptivo.

No se sabe si hubo una sola lengua original o varios nacimientos del lenguaje. Langaney explica que se ha propuesto que hubo una sola lengua madre que surgió hace entre 20,000 y 50,000 años de la que provienen todas las lenguas actuales y que parece existir una relación estrecha entre la diversidad de las lenguas y la diversidad de genes en todo el mundo: si dos poblaciones son genéticamente cercanas, entonces también sus lengua se asemejan. Sostiene que en la actualidad las lenguas que se encuentran más alejadas de todas las demás son las que integran un grupo conocido como khoisan, habladas por los bosquimanos y hotelotes, aborígenes del sur de África que utilizan, además de las vocales y consonantes, unos chasquidos de la lengua llamados clicks.

Pero al hablar del lenguaje, el intentar comprender su origen o cómo era para nuestros antepasados, no son las únicas complicaciones a las que nos enfrentamos. Porque el lenguaje, más allá de su historia, representa para el hombre la entrada a un nuevo mundo que muestra una amplia gama de posibilidades.

Plantea Arsuaga que una vez inventado el lenguaje, cualquier tipo de información se hizo expresable simbólicamente. El mundo del hombre se ensancha.

Gordon Childe expone algunas de las ventajas que los habitantes del paleolítico adquirieron con su uso: ahora el niño podía aprender el peligro sin necesidad de estar presente. No era necesario ver el ataque de un oso para aprender como eludirlo. El lenguaje permite mostrar una conducta a seguir ante una situación determinada sin tener que vivirla, anticipándose a ella. Childe explica que el lenguaje permite ampliar el conocimiento a través del aprendizaje y la experiencia de otros. Los niños ya no sólo aprenden de sus padres, sino de la experiencia de todo el grupo.

El lenguaje permite la transmisión de unos conocimientos que pasarán de generación en generación, formando tradiciones, por lo que el ser humano ya no cuenta sólo con sus conocimientos hereditarios como sucede con el resto de las especies, sino que a lo largo de su infancia añade aprendizajes que determinarán la posibilidad de una gama más amplia de comportamientos futuros.

Lenguaje, abstracción y mito
Para Childe el desarrollo de los gestos y su simbolismo fue probablemente muy importante durante las fases iniciales de las relaciones humanas, pero estas formas de expresión no fueron tan fructíferas como la que permitió el lenguaje. 

Sostiene que el pensamiento abstracto depende en gran medida del lenguaje y cita también lenguajes primitivos en los que cosas tan abstractas como “oso” o “canguro” carecen de nombre. Pero llegó un momento en el que el hombre fue capaz de realizar estas abstracciones y entonces algo cambió: nuestros antepasados pudieron expresar la idea de “oso” como un concepto que serviría para designar a todos los animales pertenecientes a esa especie, sin importar su sexo, edad o la actividad que estuviera realizando en un momento determinado.

Y plantea Childe que una vez realizada la abstracción de una idea pudo combinarla con otras. Ahora el hombre podía generar ideas como la de un oso que baila, o un oso que toca un instrumento, y para él, este juego de ideas contribuyó a la elaboración de la mitología y a la creación de la magia.

Turner sostiene que el lenguaje otorgó al hombre un nuevo método para actuar sobre el medio ambiente: no sólo podía nombrar a las cosas, sino que podía hacerlo incluso sin que éstos estuvieran presentes.

Para otros autores como Cassirer el lenguaje y el mito son también inseparables. Plantea que en las primeras etapas de la cultura humana su relación es tan estrecha y su cooperación tan patente que resulta casi imposible separar uno de otro.

Expone la teoría de F. Max Müller que considera al mito como una especie de enfermedad humana, cuyas causas habría que buscar en la facultad del lenguaje: como el lenguaje es en esencia metafórico, incapaz de describir las cosas directamente, apela a modos indirectos de descripción, a términos ambiguos y equívocos. Y a esta ambigüedad inherente al lenguaje atribuye Müller el origen del mito.

Y lo cita Cassirer cuando dice que “representarse a un dios supremo cometiendo toda clase de crímenes, siendo engañado por los hombres, encolerizado con su mujer y sus hijos es una prueba de enfermedad, de una condición inaudita del pensamiento, incluso de verdadera locura”.

Pero Cassirer no cree adecuado considerar una actividad humana fundamental como una enfermedad, y sostiene que no es necesario elaborar teorías de este tipo para darse cuenta de que en la mente primitiva el mito y el lenguaje “constituyen como una especie de hermanos gemelos”.

Explica que para el hombre primitivo la naturaleza y la sociedad forman un todo inextricable, sin que exista una línea de demarcación que separe los dos campos y la creencia en la magia se basa en una convicción profunda de la solidaridad de la vida. Así, para la mentalidad primitiva el poder social de la palabra se convierte en una fuerza natural y sobrenatural. Según él, para nuestros ancestros el mundo no era algo muerto, sino que interactuaba constantemente con las sociedades de los hombres, y éstos realizando la invocación adecuada podían obtener los favores de la naturaleza.
Childe explica que el lenguaje permite también a los hombres crear todo tipo de palabras abstractas como justicia o fuerza, abstracciones imposibles de representar a través de imágenes. Según él, para la existencia de un pensamiento poseedor de un grado tan elevado de abstracción debe considerarse como casi indispensable la existencia de un lenguaje hablado. La abstracción permite también dejar de ver las cosas como son e imaginarlas como pueden ser: una roca de determinada forma puede convertirse en una estatuilla.

Turner plantea que gracias al lenguaje las relaciones entre los individuos se hicieron más firmes y fuertes, los estímulos sociales se multiplicaron y los individuos se vieron sometidos a presiones muy variadas que requerían de respuestas nuevas. Sostiene que la fabricación de estas respuestas hizo al hombre innovador; además la acción bombardea constantemente a las abstracciones que se van renovando continuamente y permiten que el lenguaje reciba sin cesar significaciones nuevas.

La compleja estructura del lenguaje humano
Hay que añadir también las complejidades que el lenguaje presenta en su misma estructura. Para autores como Langaney es nuestro lenguaje el que nos distingue de otras especies ya que el ser humano es capaz de combinar una gramática de forma que pueda construir frases que adquieren un sentido superior al de la simple articulación de palabras.

Explica que el lenguaje del hombre es un lenguaje de doble articulación, es decir, de palabras y de sentido, y plantea que sólo el cerebro humano es capaz de combinar información de ese modo.

Cassirer explica que el lenguaje no es simplemente un agregado de sonidos y palabras, sino un sistema. El lenguaje no constituye un fenómeno simple y uniforme, sino que está compuesto de elementos diferentes que se encuentran en distintos niveles: para él la primera capa sería la del lenguaje emotivo y sostiene que una gran porción de toda expresión humana corresponde todavía a esa capa, argumentando que es difícil encontrar expresiones que no lleven en sí mismas una carga emotiva (exceptuando campos como los enunciados formales que encontramos en las matemáticas).

Pero explica que existe una forma de lenguaje de un tipo muy diferente que se manifiesta cuando la palabra ya no es sólo una expresión involuntaria del sentimiento, sino parte de una oración que posee una sintáctica y una lógica bien definidas. Para él, como para Langaney, la diferencia entre este lenguaje (el de la gramática, la sintaxis, la lógica) y el emotivo representa la verdadera frontera entre el mundo humano y el animal. Y plantea que la función simbólica general del lenguaje es lo que permite vivificar los signos materiales y “los hace hablar”. Y los símbolos no sólo son universales, sino que además son extremadamente variables.

Cassirer expone el caso de Hellen Keller, sordomuda y ciega: el momento en que el lenguaje le fue revelado y a partir del cual un nuevo mundo se abrió para ella. Explica como describe la maestra de Helen Keller el momento en el que el lenguaje adquirió significado:

…”mientras salía el agua fría y llenaba la jarra deletreé, a-g-u-a sobre la mano abierta de Hellen. La palabra que se juntaba a la sensación del agua fría que caía sobre su mano, pareció ponerla en marcha. Retiró la jarra y se quedó como extática. Su cara parecía resplandecer… Al volver a casa se hallaba muy extasiada y aprendió el nombre de todos los objetos que tocaba…, volaba de objeto en objeto preguntando por el nombre de cada cosa… Todas las cosas tienen que tener ahora un nombre… Se halla ansiosa de deletrear con sus amigas y más ansiosa por enseñar las letras a cualquiera que encuentre… Su cara se hace cada día más expresiva”.

Antes de ese momento Hellen Keller ya conocía el alfabeto manual y esa mañana antes del hecho descrito había pedido a su maestra que le deletreara el agua, mientras se lavaba las manos. Pero al parecer, hubo un momento decisivo, más tarde, cuando llenaba la jarra con agua fría cuando las palabras dejaron de ser sólo eso. Ahora poseían un significado. Ahora podía expresar, nombrar, relacionar, saber. Las palabras tenían un sentido.

Para Cassirer este ejemplo ilustra que con la primera comprensión del simbolismo del lenguaje se produce una verdadera revolución en la vida del niño (se refiere en este momento a casos anormales como el de Keller), donde pasa de un estado más subjetivo a uno más objetivo, de una actitud emotiva a una teórica.

Plantea que en un niño normal, aunque en una forma menos espectacular, sucede lo mismo, y menciona a D.R. Major cuando sostiene que al comienzo del mes 23 el niño ha desarrollado una manía de nombrar cosas, de comunicar a otros los nombres o de llamar la atención sobre las cosas que examina.
Para Cassirer esta actitud sólo puede explicarse por el hecho de que el nombre ha de realizar una función de máxima importancia en el desarrollo mental del niño y sostiene que si el niño sólo tuviera que aprender un vocabulario y memorizar una gran cantidad de sonidos el proceso sería mecánico, laborioso y cansado y el esfuerzo para hacerlo sería demasiado consciente como para que el niño lo efectuara sin resistencia, ya que lo que se le pedía, estaría fuera de sus necesidades biológicas y reales.

Pero esto no sucede y Cassirer explica que en todos los niños normales aparece en algún momento el “ansia de nombres”. Y al aprender estos nombres, sostiene, no está memorizando signos artificiales, sino que aprende a formar el concepto de estos objetos. Su terreno se hace más firme y sus percepciones vagas e inciertas cobran una nueva forma: “cristalizan en torno al nombre como un centro fijo, como un foco del pensamiento” dice Casiirer. “Un lenguaje tomado en conjunto se convierte en la puerta de entrada a un nuevo mundo”.

Así, con la adquisición del lenguaje el hombre accede a un mundo abstracto y simbólico, un nuevo mundo donde las posibilidades de expresión son enormes, un mundo en el que podrá inventar historias, reconstruir su pasado e imaginar su futuro, en el que podrá relacionar conceptos y efectuar operaciones lógicas, un mundo donde cada objeto adquirirá un nuevo sentido al poder ser nombrado.

Es el mundo del hombre moderno. Nuestro mundo.

Bibliografía
ARSUAGA, JUAN LUIS (1999): El collar del neandertal, España: Temas de hoy.
CASSIRER ERNST(2006): Antropología filosófica, México: Fondo de Cultura Económica.
GORDON CHILDE, V. (2004): Los orígenes de la civilización, México: Fondo de Cultura Económica.
LANGANEY, ANDRÉ; CLOTTES, JEAN; GUILAINE, JEAN; SIMONNET, DOMINIQUE (1999): La historia más bella del hombre, Barcelona: Anagrama.
TURNER, RALPH (1996); Las grandes culturas de la humanidad Vol. I, México: Fondo de Cultura Económica.