viernes, 4 de marzo de 2011

El lenguaje


Las palabras nos explican el mundo. Nos comunicamos principalmente a través del lenguaje hablado, y éste a su vez, configura nuestro pensamiento. El lenguaje nos permite generar ideas, teorías, métodos lógicos. Nos permite abstraer.

Muchos autores afirman que gracias al lenguaje se hizo posible la aparición de un pensamiento conceptual. Pero la consolidación del lenguaje tal como lo poseemos hoy requirió de un proceso lento y largo, y hasta el momento, sus orígenes, como los de la música, continúan siendo un misterio.  

La capacidad para un lenguaje como el nuestro requiere de una serie de adaptaciones físicas que permitan la articulación de una gran cantidad de sonidos. En el ser humano moderno -nuestra especie- la disposición de la laringe cambió y también se dieron algunas modificaciones para lograr el enlace de los músculos de la lengua. Según Turner, estos cambios acompañados de un desarrollo del cerebro fueron los que permitieron el surgimiento de un lenguaje como el que poseemos.

La cuestión de los orígenes del lenguaje es complicada. Ha sido tratada por psicólogos, lingüistas, antropólogos y otros expertos de nuestros tiempos, pero ya en épocas lejanas los hombres habían intentado explicarse de dónde surgió este complejo mecanismo.

Antiguos relatos míticos cuentan cómo el lenguaje fue regalado o enseñado al hombre por un ser divino e incluso en la ciencia-ficción se ha propuesto una versión similar a la de estos mitos antiguos pero aquí es un ser de otra galaxia el que llega desde confines lejanos para otorgar al hombre el precioso don de la palabra. 

El nacimiento del lenguaje
En su libro “Antropología filosófica”, Ernst Cassirer expone algunos de los planteamientos que existen acerca de este tema, entre ellos el que sostiene que en sus principios el lenguaje humano podría reducirse a un instinto fundamental implantado por la naturaleza a todos los seres vivos: muchas especies cuentan con la capacidad de emitir gritos violentos, de rabia, de terror, dolor o alegría.

Así, quizás en un principio las expresiones humanas no fueran más que gritos emotivos, y plantea Cassirer que quizás incluso frases musicales: una combinación de sonidos entonados con cierta melodía pueden ser empleados, por ejemplo, en un canto de triunfo contra un enemigo vencido. Esto puedo ser cambiado por un nombre propio utilizado para describir ese acontecimiento particular y el proceso continua aplicándose en diferentes situaciones, creándose nuevas exclamaciones que ahora incorporan una nueva función; ya no son meras expresiones, sino que se usan como símbolos.

Así, sucedió la primera gran transformación: las expresiones se convirtieron en nombres. Cassirer cita a Jespersen cuando dice: “el lenguaje surgió cuando la comunicación prevaleció sobre la exclamación”.

Plantea que para algunos autores esta transición del grito al habla supuso un proceso de objetivación gradual y explica que durante el siglo XIX se extendió la opinión de que el lenguaje humano tuvo que pasar por una etapa en la que no existía una sintaxis ni una morfología definidas, donde sólo se componía de elementos simples, de raíces monosilábicas.

Pero a Cassirer le parece muy dudoso y contradictorio que haya existido un lenguaje sin forma y expone el ejemplo de lenguajes de pueblos menos civilizados que no sólo no carecen de forma, sino que además casi siempre se basan en una estructura muy complicada. Explica que A. Meillet, un lingüista con un amplio conocimiento de las lenguas del mundo afirma que ningún idioma conocido nos puede dar la más mínima idea de lo que pudo ser el lenguaje primitivo.

Pero quizás lo que sí podemos observar en la comparación de las lenguas es el paso de términos concretos a otros cada vez más abstractos, como sucede en el caso del arte prehistórico, donde las pinturas son en un principio representaciones fieles de un animal concreto, y más tarde empieza a delinearse un pedazo de la figura, como la línea del lomo y la cabeza para representar a todo el animal.

Con el tiempo el arte pasa de representar a un individuo de la especie con características propias, a un individuo que puede representar a cualquiera de la especie. Aparece la abstracción.

Como ejemplo de este paso de lo concreto a lo abstracto  Cassirer  habla de diversos lenguajes de tribus aborígenes americanas, en los que se utiliza una gran abundancia de términos para describir una acción particular como pasear o golpear: un golpe dado con un puño no se describe con el mismo término que el que se utiliza para describir el golpe que se da con la palma de la mano, y el golpe con un arma requiere de un nombre diferente al del golpe con un látigo o con un palo.
Otro ejemplo es el que proporciona la lengua bakairi de una tribu del centro de Brasil, en la que cada especie de palmera y de papagayo poseen su propio nombre, sin que exista uno que exprese el género papagayo o palmera. Cassirer explica que los bakairi se apegan tanto a las numerosas nociones particulares que no les interesan las características comunes.

Así, plantea que en la civilización primitiva domina el interés por los aspectos particulares. Lo universal no le es necesario. Es más importante distinguir los objetos por ciertas características visibles o palpables. Expone también el caso de algunos idiomas donde una cosa redonda no puede ser tratada de la misma manera que una cuadrada u oblonga porque pertenecen a géneros diferentes que se distinguen utilizando medios lingüísticos especiales como prefijos.

En algunas lenguas de la familia bantú existen al menos 20 especies de nombres genéricos y en algunas tribus aborígenes americanas como la de los algonquinos algunos objetos pertenecen al género animal y otros al género inanimado. En otros lenguajes hay una gran cantidad de nombres para los colores y cada forma concreta de un color dado posee su nombre especial, por ejemplo, una palabra para gris se puede usar al hablar de lana, otra para los caballos, otra para el ganado y otra para el cabello de los hombres. Faltan nuestros términos generales de azul, verde, rojo…

O el caso de los aborígenes australianos que tienen una palabra para describir a un canguro sentado completamente diferente a la que designa al canguro saltando, o al canguro macho o a la hembra, sin que exista el concepto general de canguro.

Así, Cassirer explica que la extensión a conceptos y categorías universales parece darse lentamente en el desarrollo del lenguaje humano. Para él, cada nuevo avance en este sentido lleva a una visión más amplia, a una organización y orientación mejores de nuestro mundo perceptivo.

No se sabe si hubo una sola lengua original o varios nacimientos del lenguaje. Langaney explica que se ha propuesto que hubo una sola lengua madre que surgió hace entre 20,000 y 50,000 años de la que provienen todas las lenguas actuales y que parece existir una relación estrecha entre la diversidad de las lenguas y la diversidad de genes en todo el mundo: si dos poblaciones son genéticamente cercanas, entonces también sus lengua se asemejan. Sostiene que en la actualidad las lenguas que se encuentran más alejadas de todas las demás son las que integran un grupo conocido como khoisan, habladas por los bosquimanos y hotelotes, aborígenes del sur de África que utilizan, además de las vocales y consonantes, unos chasquidos de la lengua llamados clicks.

Pero al hablar del lenguaje, el intentar comprender su origen o cómo era para nuestros antepasados, no son las únicas complicaciones a las que nos enfrentamos. Porque el lenguaje, más allá de su historia, representa para el hombre la entrada a un nuevo mundo que muestra una amplia gama de posibilidades.

Plantea Arsuaga que una vez inventado el lenguaje, cualquier tipo de información se hizo expresable simbólicamente. El mundo del hombre se ensancha.

Gordon Childe expone algunas de las ventajas que los habitantes del paleolítico adquirieron con su uso: ahora el niño podía aprender el peligro sin necesidad de estar presente. No era necesario ver el ataque de un oso para aprender como eludirlo. El lenguaje permite mostrar una conducta a seguir ante una situación determinada sin tener que vivirla, anticipándose a ella. Childe explica que el lenguaje permite ampliar el conocimiento a través del aprendizaje y la experiencia de otros. Los niños ya no sólo aprenden de sus padres, sino de la experiencia de todo el grupo.

El lenguaje permite la transmisión de unos conocimientos que pasarán de generación en generación, formando tradiciones, por lo que el ser humano ya no cuenta sólo con sus conocimientos hereditarios como sucede con el resto de las especies, sino que a lo largo de su infancia añade aprendizajes que determinarán la posibilidad de una gama más amplia de comportamientos futuros.

Lenguaje, abstracción y mito
Para Childe el desarrollo de los gestos y su simbolismo fue probablemente muy importante durante las fases iniciales de las relaciones humanas, pero estas formas de expresión no fueron tan fructíferas como la que permitió el lenguaje. 

Sostiene que el pensamiento abstracto depende en gran medida del lenguaje y cita también lenguajes primitivos en los que cosas tan abstractas como “oso” o “canguro” carecen de nombre. Pero llegó un momento en el que el hombre fue capaz de realizar estas abstracciones y entonces algo cambió: nuestros antepasados pudieron expresar la idea de “oso” como un concepto que serviría para designar a todos los animales pertenecientes a esa especie, sin importar su sexo, edad o la actividad que estuviera realizando en un momento determinado.

Y plantea Childe que una vez realizada la abstracción de una idea pudo combinarla con otras. Ahora el hombre podía generar ideas como la de un oso que baila, o un oso que toca un instrumento, y para él, este juego de ideas contribuyó a la elaboración de la mitología y a la creación de la magia.

Turner sostiene que el lenguaje otorgó al hombre un nuevo método para actuar sobre el medio ambiente: no sólo podía nombrar a las cosas, sino que podía hacerlo incluso sin que éstos estuvieran presentes.

Para otros autores como Cassirer el lenguaje y el mito son también inseparables. Plantea que en las primeras etapas de la cultura humana su relación es tan estrecha y su cooperación tan patente que resulta casi imposible separar uno de otro.

Expone la teoría de F. Max Müller que considera al mito como una especie de enfermedad humana, cuyas causas habría que buscar en la facultad del lenguaje: como el lenguaje es en esencia metafórico, incapaz de describir las cosas directamente, apela a modos indirectos de descripción, a términos ambiguos y equívocos. Y a esta ambigüedad inherente al lenguaje atribuye Müller el origen del mito.

Y lo cita Cassirer cuando dice que “representarse a un dios supremo cometiendo toda clase de crímenes, siendo engañado por los hombres, encolerizado con su mujer y sus hijos es una prueba de enfermedad, de una condición inaudita del pensamiento, incluso de verdadera locura”.

Pero Cassirer no cree adecuado considerar una actividad humana fundamental como una enfermedad, y sostiene que no es necesario elaborar teorías de este tipo para darse cuenta de que en la mente primitiva el mito y el lenguaje “constituyen como una especie de hermanos gemelos”.

Explica que para el hombre primitivo la naturaleza y la sociedad forman un todo inextricable, sin que exista una línea de demarcación que separe los dos campos y la creencia en la magia se basa en una convicción profunda de la solidaridad de la vida. Así, para la mentalidad primitiva el poder social de la palabra se convierte en una fuerza natural y sobrenatural. Según él, para nuestros ancestros el mundo no era algo muerto, sino que interactuaba constantemente con las sociedades de los hombres, y éstos realizando la invocación adecuada podían obtener los favores de la naturaleza.
Childe explica que el lenguaje permite también a los hombres crear todo tipo de palabras abstractas como justicia o fuerza, abstracciones imposibles de representar a través de imágenes. Según él, para la existencia de un pensamiento poseedor de un grado tan elevado de abstracción debe considerarse como casi indispensable la existencia de un lenguaje hablado. La abstracción permite también dejar de ver las cosas como son e imaginarlas como pueden ser: una roca de determinada forma puede convertirse en una estatuilla.

Turner plantea que gracias al lenguaje las relaciones entre los individuos se hicieron más firmes y fuertes, los estímulos sociales se multiplicaron y los individuos se vieron sometidos a presiones muy variadas que requerían de respuestas nuevas. Sostiene que la fabricación de estas respuestas hizo al hombre innovador; además la acción bombardea constantemente a las abstracciones que se van renovando continuamente y permiten que el lenguaje reciba sin cesar significaciones nuevas.

La compleja estructura del lenguaje humano
Hay que añadir también las complejidades que el lenguaje presenta en su misma estructura. Para autores como Langaney es nuestro lenguaje el que nos distingue de otras especies ya que el ser humano es capaz de combinar una gramática de forma que pueda construir frases que adquieren un sentido superior al de la simple articulación de palabras.

Explica que el lenguaje del hombre es un lenguaje de doble articulación, es decir, de palabras y de sentido, y plantea que sólo el cerebro humano es capaz de combinar información de ese modo.

Cassirer explica que el lenguaje no es simplemente un agregado de sonidos y palabras, sino un sistema. El lenguaje no constituye un fenómeno simple y uniforme, sino que está compuesto de elementos diferentes que se encuentran en distintos niveles: para él la primera capa sería la del lenguaje emotivo y sostiene que una gran porción de toda expresión humana corresponde todavía a esa capa, argumentando que es difícil encontrar expresiones que no lleven en sí mismas una carga emotiva (exceptuando campos como los enunciados formales que encontramos en las matemáticas).

Pero explica que existe una forma de lenguaje de un tipo muy diferente que se manifiesta cuando la palabra ya no es sólo una expresión involuntaria del sentimiento, sino parte de una oración que posee una sintáctica y una lógica bien definidas. Para él, como para Langaney, la diferencia entre este lenguaje (el de la gramática, la sintaxis, la lógica) y el emotivo representa la verdadera frontera entre el mundo humano y el animal. Y plantea que la función simbólica general del lenguaje es lo que permite vivificar los signos materiales y “los hace hablar”. Y los símbolos no sólo son universales, sino que además son extremadamente variables.

Cassirer expone el caso de Hellen Keller, sordomuda y ciega: el momento en que el lenguaje le fue revelado y a partir del cual un nuevo mundo se abrió para ella. Explica como describe la maestra de Helen Keller el momento en el que el lenguaje adquirió significado:

…”mientras salía el agua fría y llenaba la jarra deletreé, a-g-u-a sobre la mano abierta de Hellen. La palabra que se juntaba a la sensación del agua fría que caía sobre su mano, pareció ponerla en marcha. Retiró la jarra y se quedó como extática. Su cara parecía resplandecer… Al volver a casa se hallaba muy extasiada y aprendió el nombre de todos los objetos que tocaba…, volaba de objeto en objeto preguntando por el nombre de cada cosa… Todas las cosas tienen que tener ahora un nombre… Se halla ansiosa de deletrear con sus amigas y más ansiosa por enseñar las letras a cualquiera que encuentre… Su cara se hace cada día más expresiva”.

Antes de ese momento Hellen Keller ya conocía el alfabeto manual y esa mañana antes del hecho descrito había pedido a su maestra que le deletreara el agua, mientras se lavaba las manos. Pero al parecer, hubo un momento decisivo, más tarde, cuando llenaba la jarra con agua fría cuando las palabras dejaron de ser sólo eso. Ahora poseían un significado. Ahora podía expresar, nombrar, relacionar, saber. Las palabras tenían un sentido.

Para Cassirer este ejemplo ilustra que con la primera comprensión del simbolismo del lenguaje se produce una verdadera revolución en la vida del niño (se refiere en este momento a casos anormales como el de Keller), donde pasa de un estado más subjetivo a uno más objetivo, de una actitud emotiva a una teórica.

Plantea que en un niño normal, aunque en una forma menos espectacular, sucede lo mismo, y menciona a D.R. Major cuando sostiene que al comienzo del mes 23 el niño ha desarrollado una manía de nombrar cosas, de comunicar a otros los nombres o de llamar la atención sobre las cosas que examina.
Para Cassirer esta actitud sólo puede explicarse por el hecho de que el nombre ha de realizar una función de máxima importancia en el desarrollo mental del niño y sostiene que si el niño sólo tuviera que aprender un vocabulario y memorizar una gran cantidad de sonidos el proceso sería mecánico, laborioso y cansado y el esfuerzo para hacerlo sería demasiado consciente como para que el niño lo efectuara sin resistencia, ya que lo que se le pedía, estaría fuera de sus necesidades biológicas y reales.

Pero esto no sucede y Cassirer explica que en todos los niños normales aparece en algún momento el “ansia de nombres”. Y al aprender estos nombres, sostiene, no está memorizando signos artificiales, sino que aprende a formar el concepto de estos objetos. Su terreno se hace más firme y sus percepciones vagas e inciertas cobran una nueva forma: “cristalizan en torno al nombre como un centro fijo, como un foco del pensamiento” dice Casiirer. “Un lenguaje tomado en conjunto se convierte en la puerta de entrada a un nuevo mundo”.

Así, con la adquisición del lenguaje el hombre accede a un mundo abstracto y simbólico, un nuevo mundo donde las posibilidades de expresión son enormes, un mundo en el que podrá inventar historias, reconstruir su pasado e imaginar su futuro, en el que podrá relacionar conceptos y efectuar operaciones lógicas, un mundo donde cada objeto adquirirá un nuevo sentido al poder ser nombrado.

Es el mundo del hombre moderno. Nuestro mundo.

Bibliografía
ARSUAGA, JUAN LUIS (1999): El collar del neandertal, España: Temas de hoy.
CASSIRER ERNST(2006): Antropología filosófica, México: Fondo de Cultura Económica.
GORDON CHILDE, V. (2004): Los orígenes de la civilización, México: Fondo de Cultura Económica.
LANGANEY, ANDRÉ; CLOTTES, JEAN; GUILAINE, JEAN; SIMONNET, DOMINIQUE (1999): La historia más bella del hombre, Barcelona: Anagrama.
TURNER, RALPH (1996); Las grandes culturas de la humanidad Vol. I, México: Fondo de Cultura Económica.





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