En 2007 se estrenó la película “Into the wild” (“Hacia rutas salvajes”) dirigida por Sean Penn, candidata al Óscar por mejor actor de reparto y mejor montaje. Basada en un hecho real, la película narra la historia de un joven que tras terminar sus estudios decide abandonar el mundo que hasta ese momento ha conocido y convertirse en un caminante. Su viaje lo lleva a internarse en completa soledad en lo más profundo de la naturaleza.
El personaje, Christopher McCandless, recibió duras críticas: fue descrito como un joven inexperto, desapegado, egoísta e incluso estúpido. Sin embargo, hay algo mucho más profundo en su actitud: la búsqueda de una vida alternativa a la que nos ofrece esta sociedad que, aunque nos cueste reconocerlo, nos desequilibra a todos.
La película plantea aspectos que van más allá de la inconsciencia de un chico aventurero, y uno de ellos es la búsqueda desesperada por recobrar esa conciencia perdida que se desvanece entre prisas, televisión y horas de oficina, y nos va convirtiendo en seres homogéneos, incapaces de encontrar el sentido a nuestros actos; la búsqueda, también, de la libertad absoluta de un hombre solo ante la naturaleza salvaje, sin contar con nada más que sí mismo.
La búsqueda de la libertad, el desapego, la necesidad de absoluta soledad son temas de los que surgen preguntas capaces de remover un poco la adormecida estabilidad en la que vivimos, preguntas que nos obligan a plantearnos cuestiones fundamentales sobre la naturaleza humana.
Somos gregarios
Desde siempre, hemos vivido en grupos. Incluso nuestros más cercanos parientes, los chimpancés, mucho mejor equipados que nosotros para sobrevivir en la naturaleza viven reunidos. Pero hoy las cosas han cambiado: el clan ha desaparecido y, con él, el sentido de pertenencia a un grupo. Edgar Morín plantea que las relaciones entre los miembros del grupo han llegado a un nivel de complejidad que genera cada vez más ansiedad y estrés. Antes se convivía sólo con el clan, mientras que ahora vemos a cientos de desconocidos todos los días y códigos sociales cada vez más complejos guían nuestra conducta. Quizás sea ésta una de las causas de la necesidad de algunas personas de aislarse de una sociedad formada por multitudes con las que ya no nos identificamos. Una respuesta natural al enorme estrés que la multiplicación de códigos sociales conlleva, pero, a la vez extraña a nuestra naturaleza.
Dice Fitje que nuestra libertad nos lleva a transformar el mundo, a institucionalizarlo y cuando nos encontramos ante el resultado de nuestra acción dejamos de identificarnos con él, lo que provoca un “desgarramiento”: no nos reflejamos en la sociedad creada, así, debemos crear y transformar indefinidamente para que nuestra libertad sea posible eternamente y lo creado no nos oprima. Debemos ir más allá de las convenciones y las instituciones y seguir creando y transformando. Chris sintió ese desgarramiento. No se identificaba con la sociedad que veía ante él y tomó medidas radicales: para encontrar la libertad absoluta se alejó de todo lazo afectivo, de toda convención, de cualquier sentido utilitario y de las instituciones, en las que se desconoce y no se encuentra a sí mismo. Chris sintió un vacío. No se identificaba con aquello que la sociedad ofrecía y se lanzó a buscar.
Buscó en los caminos, en las ciudades, en el desapego, en la ausencia de posesión y, finalmente, bajo la influencia de Rousseau, decidió internarse en los bosques, convencido de que la absoluta soledad en medio de la naturaleza salvaje daría un sentido a su vida.
El problema no está en la búsqueda de Chris, que simplemente decidió tomar otro camino, el problema se encuentra quizás en la incapacidad de nuestra especie de construir una sociedad capaz de ajustarse a necesidades más profundas del ser humano, necesidades que sobrepasan el ámbito material y cuya ausencia nos vacía y adormece.
Una cuestión fundamental que nos hace plantearnos la película es ésta: ¿seremos capaces de inventar una sociedad en la que los seres humanos puedan sentirse libres y plenos? Una sociedad en la que el individuo se identifique y no se sienta perdido entre multitudes de desconocidos con los que no empatizamos. Necesitamos llenarnos de alguna manera y en general somos insaciables. Sin embargo, Chris tenía claro que el éxito, el dinero y el poder no eran el camino.
La búsqueda de lo sublime
Chris creyó encontrar en la naturaleza la esencia de las cosas. Como aquellos espíritus melancólicos que vivieron el siglo XIX, sintió que la razón, la técnica, la ciencia, la sociedad vacía de sentido lo devoraban y se lanzó a la búsqueda de “algo” que lo conectara otra vez con el estado originario.
Para los románticos, las pasiones desmedidas, anteriores a la conciencia y a la razón, eran capaces de conectarnos, a través de un momento sublime, con la “Naturaleza”, de devolvernos la unidad perdida con la realidad que nos rodea.
Artistas como Friedrich o Turner expresaron ese estado de melancolía por la naturaleza perdida, por la inmensidad sin límites de la que la razón nos ha alejado. Para los románticos la longevidad era sacrificable. Importaba lo sublime, el momento de unión mística con el todo. Y para ellos, esto se lograba a través de la pasión desmedida, de ese estado interior donde todo es vida orgánica en acción y la conciencia y la razón no intervienen.
Las pasiones son la expresión de la fuerza creativa de la naturaleza. Sus fuerzas, que regeneran y crean vida se encuentran en nosotros y se expresan a través de las pasiones corpóreas. El romántico busca el momento sublime donde nos unimos con la naturaleza y todo se desborda. Nos salimos de nosotros mismos y nos fundimos con todo. Lo sublime para los románticos no es belleza: es misterio, desbordamiento, una fuerza terrible que nos permite ver nuestra infinita pequeñez y salir durante un breve momento de ella. El romántico es un aventurero que busca vivir sublimemente, que busca ese instante de unión, salirse de su propia conciencia.
Muchos románticos murieron antes de cumplir los treinta años. P.B. Shelley y Lord Byron salían a navegar cuando la tormenta se encontraba en su máximo apogeo. La noche, las olas, el barco insignificante en la oscuridad balanceándose entre las descargas de los rayos, la lluvia torrencial, y ellos, en medio de ese instante terrible. Eso era lo sublime. Shelley murió ahogado cuando navegaba a su hogar en medio de una tormenta. ¿Fue estúpido? Eligió. Igual que Chris MacCandless.
Chris era consciente de lo que hacía. Había leído a Rousseau y le había impactado ese retorno a lo salvaje que los románticos llevarían a su máximo apogeo. Admiraba a Thoreau, ferviente amante de la naturaleza. Chris quiso plasmar una obra de arte en su propio estilo de vida. Buscaba una vida sublime. Y según Kant, lo sublime supera toda medida: una gran altura, una gran profundidad, la desmesura de la naturaleza, aquello que supera las categorías del entendimiento y resulta violento para la imaginación excediendo sus posibilidades. Lo sublime expresa la idea de magnitudes incomparables, la intuición de lo más grande, el efecto de la inmensidad de la obra que nos desborda, la sensación transmitida de que el hombre es de una pequeñez insignificante.
Algunos, lo buscaron en el arte: Gauguin y su admiración por lo primigenio y las culturas ancestrales que aún no habían perdido del todo ese contacto con la naturaleza circundante, Van Gogh y la furiosa expresión de sus estados de ánimo más profundos, el expresionismo abstracto, a través del cual Kandinsky o Klee buscaban “el alma secreta de las cosas”, Munch y su conciencia desgarrada de un mundo en el que no se encuentra, Remedios Varo a través de los sueños y la alquimia, Pollock, buscando la expresión absoluta del inconsciente.
Otros como Chris, o incluso como los beats en los años 50 y los hippies en los 60, en un estilo de vida que rompe con los valores tradicionales.
Chris buscó algo que la sociedad no le ofrecía, la identificación con el mundo que lo rodeaba, lo sublime en la naturaleza y en la terrible y a la vez bella sensación de la libertad absoluta. Pero lo sublime no es bonito y puede desenmascarar el sinsentido de una existencia vacía. La película muestra a una sociedad que no funciona para muchos y nos lleva a plantearnos qué falla en el mundo que hemos construido, en nuestras instituciones y rutinas que provoca en personas como Chris la necesidad de huir, de buscar en otro lado.
La historia de Chris, no muestra el caso aislado de un chico caprichoso y egoísta. Expresa necesidades profundas que laten en el ser humano y que no puede desarrollar en las sociedades que hemos construido. La necesidad del hombre de sentir que pertenece al mundo en el que vive, de identificarse con un mundo, que paradójicamente él mismo ha construido y cuyo sentido se escapa.
La necesidad de encontrar ese sentido y de, aunque sea por un pequeño momento, fundirse con la realidad que lo rodea.
La necesidad de recordar lo sublime.
Bibliografía
Charles, Victoria; Manca, Joseph; McShane, Megan; Wigal, Donald, 1000 pinturas de los grandes maestros, México, Numen, 2007.
Jiménez, José, Teoría del arte, Alianza Editorial.
Krakauer, John, Hacia rutas salvajes, Barcelona, Ediciones B, 2008.
Morín, Edgar, El paradigma perdido, Barcelona, Editorial Kairós, 2000.
Oliveras, Elena, Estética. La cuestión del arte, Ariel.
Ruhrberg, Scheneckenburger, Fricke, Honnef, Arte del siglo XX, Vol I., Barcelona, Taschen, 2005.
Películas
Sean Penn, Camino Salvaje, 2008.
Internet
Bonfil, Carlos, Camino salvaje, domingo 20 abril, 2008.
www.jornada.unam.mx/2008/04/20/index.php?section=opinion&article=a09a1esp
González, Marco, Camino salvaje, abril 16, 2008.
www.profilmico.com/hollywood0062.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario